viernes, 14 de enero de 2011

UNA CUESTIÓN DE ESTILO


Filipo II fue rey de Macedonia 350 años antes del inicio de nuestra era. Sus gestas militares y su habilidad política, aún siendo reconocida y recordada con el paso del tiempo, han quedado eclipsadas por el brillo de los logros de su hijo, Alejandro Magno. Pero cualquiera que haya indagado mínimamente en sus biografías, sabrá que las hazañas del hijo se deben en parte a los esfuerzos, la inteligencia y la decisión de su progenitor. El joven Filipo, recluido en Tebas como rehén, aprendió, estudio y perfeccionó el estilo de batalla de los ejércitos griegos, basada en una táctica de ruptura realizada por la falange, una unidad compuesta por los hombres más robustos, en la cual, el propio rey, gustaba de entrar en combate. Fue ese mismo estilo el que, una vez que Filipo se convirtió en rey y lo introdujo en un ejército formado por súbditos y no mercenarios, acabaría por darle el control sobre el mundo griego y abriría, a su hijo Alejandro, las puertas de la gloria y la eternidad.
Siempre ha habido un Filipo, un Amílcar o un Cayo Mario, siempre ha habido un legado que seguir, que mejorar, y en el que reconocerse hasta ser una tradición.
Hace dos décadas, Johan Cruyff, aterrizó en Barcelona trayéndose bajo el brazo el estilo futbolístico de su club de origen, tanto como jugador como entrenador, el Ajax de Ámsterdam. Aquel Barça donde aterrizó Cruyff tenía bastante más que ver con el Madrid actual de lo que pueda parecer, y solo los resultados permitieron al holandés mantenerse en el banquillo. Finalmente, la ansiada victoria en la liga, tras cinco títulos seguidos del Madrid, y la consiguiente Copa de Europa, permitieron que aquel Barcelona, acostumbrado a estar a la sombra del Madrid durante toda su historia, creyera que aquello podía cambiar.
La parte de la historia que viene después es aquella que molesta al madridismo, empeñado en señalar aquellos momentos que siguieron a la época de Cruyff que no fueron Rijkaard o Guardiola, para dar réplica a ese discurso mesiánico que suele caracterizar al barcelonismo cuando les da por creerse el ombligo del mundo. Y es que en estas dos últimas décadas, el Barcelona, ha conseguido algo impensable hasta ese momento, ganar prácticamente los mismos títulos que el Real Madrid. Hasta aquí llega el consuelo del madridista, porque lo que representa el Madrid en los últimos años es un club que puede fichar a los mejores jugadores del mundo, al que poco importa el estilo, y al que la calidad de esos jugadores comprados a golpe de talonario, permiten aprovechar los desfallecimientos del Barcelona.
Cualquier aficionado al fútbol que no sea seguidor de cualquiera de los dos grandes, sabe que ambos lo son por el poder de sus carteras, pero es imposible no reconocer que el Barcelona lo hace como se debe lograr la grandeza, con buen juego y espectáculo. Lo que no ha logrado entender el madridismo es que, esas remontadas agónicas de las que tanto disfrutan, no hacen más que ratificar la opinión del resto de aficionados, que el Madrid no juega mejor que nadie, pero las individualidades son las que les ganan los partidos.
Mientras tanto el Barcelona continúa fiel a esa tradición que un día trajo Cruyff. Presume de ella y hace bien, porque, al margen de odios irracionales, siempre vale la pena ver al Barcelona. Su fe en los jugadores de la cantera, valgan o no finalmente para el primer equipo, es notable, y no será por falta de oportunidades que no acaben triunfando. En veinte años, el Barcelona ha logrado sentirse orgulloso de un estilo hasta hacerlo una tradición. Un punto de partida al que volver cuando se pierda de vista el camino de baldosas amarillas.

2 comentarios:

  1. Me gusta tu blog. Sigue escribiendo :)

    (Yo era de las que decían que "no vale furar"... especialmente después de que algún balonazo de los de octavo me dejase literalmente sin respiración jejeje)

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  2. Muchas gracias PNM. Espero que sigas visitándolo y tu opinión manteniéndose. Un saludo

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