miércoles, 16 de febrero de 2011

"ALI, BOMA YE"

El 30 de Octubre de 1974 en en el estadio 20 de mayo de Kinshasa, pocos podían apostar por el que sería el resultado final del combate que iba a tener lugar. Sobre el ring, un joven Campeón del Mundo de 25 años, George Foreman, que liquidaba sus combates por la vía del KO, defendía el título contra el viejo campeón, Muhammad Alí, de 32 años, al que todos daban como víctima segura de la brutal pegada de "Big George". Cuando en el octavo asalto, una serie de golpes de Alí, dieron con Foreman en la lona, el público, aficionados y periodistas presentes, se maravillaban ante la victoria del primero, con el "Alí, boma ye" con el que los enfervorizados congoleños animaban a este los días previos al combate, resonando en el estadio.
Como no, todos los que habían desconfiado del viejo campeón, aplaudían la gesta de Alí, renegando de sus apuestas iniciales.
Nada nuevo en este mundo nuestro, donde igual se crean ídolos, que se les descabalga. No voy a decir que yo no haya ejercido el toreo de salón, y que incluso hoy por hoy, me siento tentado de hacerlo o de mirar para otro lado cuando, la marabunta, se empeña en devorar a quién ha perdido pie, pero al menos, tengo detectado el problema, y renuncio a ello en cuanto empiezo a oler a cabrito.
La verdadera razón de todo esto, es la insana necesidad del ser humano de tener la razón hasta durmiendo. Da igual el tema, o la situación, el caso es demostrar que se es poseedor de la verdad, pese a quien le pese.
Esto se torna en enfermizo en el mundo del deporte, donde entre sus aficionados existe mayor número de entendidos que en cualquier otra ocupación del ser humano. El lema de un aficionado al deporte es claro: "nadie sabe más que yo, y yo sé más que nadie". La cosa se agudiza cuando el polemista ha practicado el deporte en cuestión, lo que, desde su punto de vista, le capacita para juzgar a quienes exceden en mucho sus "grandes gestas". Y es que esa es la dura vida de un deportista de élite. Sus fracasos son doblemente crueles, no solo es testigo directo de sus errores, sino que tiene que ver cómo, una y otra vez, se le recuerdan. La cosa se torna en ridícula en el caso de las jóvenes promesas. En cuanto los ecos de los agoreros hacen resonar el nombre de un nuevo ídolo, los aficionados, sienten la irresistible necesidad de afiliarse o al bando de los críticos o al de los favorables. Es entonces cuando comienza un debate que genera una serie de expectativas de todo tipo sobre su futuro, que acaba por masacrarles en el presente. Da igual que el chico no haya dicho una palabra más alta que otra, o alcanza el listón que se le ha puesto, o será victima de los caballos, e incluso, no faltará quién deserte del bando de sus partidarios para apuñalarlo, sin necesidad de estar en los Idus de Marzo.
Da igual que Dani Pedrosa haya sido Campeón del Mundo en tres ocasiones, y que desde que llegó a Moto GP no haya bajado de la quinta posición final, lo importante es que no ha ganado en esta categoría. A eso se aferran sus detractores, aquellos que se mofan de sus caídas o de sus limitaciones. La victoria tampoco le libraría de las críticas, pero al menos estas se harían con menos vehemencia, y sin tanta mala leche, porque cuando el entendido del motociclismo se remanga, la cosa solo pasa por la victoria.
Fernado Alonso es otro buen ejemplo de lo injusto que podemos ser quienes seguimos el deporte. Dos veces vencedor del Campeonato de Fórmula 1, Alonso, es uno de esos pilotos a los que se le juzga por su simpatía personal, lo que deriva en que se le ningunee deportivamente. No falta quien trate de justificar esa animadversión parapetándose tras toda clase de datos, obviando que, lo quiera entender o no, conseguir ser el mejor una sola vez en la Formula 1, es más de lo que pueden presumir la mayoría de los pilotos de la historia.
Sus casos son solo un ejemplo, los destaco porque son ángeles caídos, aquellos que tocaron la gloria y la perdieron. Ahora las mieles del triunfo las saborean Jorge Lorenzo y Sebastian Vettel, pero como ellos, otros muchos viven a la sombra del número 1.
Valentino Rossi, Casey Stoner, Lewis Hamilton o el mismísimo Michael Schumacher, son testigos de cómo el entendido le vuelve la espalda a todo lo que no sea la victoria. La cosa va y viene, mañana cualquiera de ellos puede volver a ser el que sonría el último, porque el talento no les falta, como bien saben otros deportistas como Rafa Nadal, Roger Federer, Pau Gasol, Jorge Garbajosa...
No menos injusto es el papelón de aquellos que, por su luminosa incorporación al deporte de élite, son despedazados en cuanto al personal se le acaba la paciencia. Ricky Rubio, con solo veinte años, sabe lo que es ganar un Eurobasket y jugar la final de unos Juegos Olímpicos. Además ha subido al cajón de los ganadores de la Euroliga y dos veces al de los campeones de la Copa del Rey. Pero el listón de Ricky es terrible. Con una precocidad asombrosa, debutó en la liga ACB antes de los quince años, y desde entonces su nombre no ha parado de sonar como el de una futura estrella, por lo que su falta de progresión de los últimos años, ha supuesto una decepción para muchos de los que veían en él una suerte de Pau Gasol. Aunque, bien pensado, ambos tienen un punto en común: la injusta valoración de los entendidos en baloncesto.
Bojan Krick es un ejemplo similar de precocidad. Su pronta incorporación al primer equipo del Barça, hizo que se pusieran demasiadas esperanzas en él. Estrella en la categorías inferiores de su club y de la selección española, su paso al primer equipo no ha sido lo que muchos esperaban, pero siendo esto cierto, nadie podría decir que sus actuaciones puedan semejarse al fracaso. El año pasado, sus goles, fueron fundamentales para la obtención del campeonato de Liga, y si su gol en la semifinal contra el Inter no hubiera sido anulado, quizá hoy estaríamos hablando del héroe de la cuarta Copa de Europa del Barça. Pero el deporte es así, una reválida diaria en la que incluso quienes disfrutan de una situación a la que muy pocos son capaces de llegar reciben la etiqueta de fracasados.
De esto saben deportistas como Victor Claver, Sergio Rodríguez, Juan Carlos Ferrero, Carlos Moya, Karim Benzema, Emmanuel Adebayor...
El mundo del deporte es así, una maquina de trillar ilusiones y quemar deportistas, pero que nadie se descuide ni un momento, porque quizá, más pronto que tarde, alguno de esos a los que hoy observamos con mirada recelosa y describimos con lengua viperina, acaben vitoreados como Muhammad Alí, hace más de treinta y cinco años, y nos obliguen a comernos nuestras palabras.

martes, 1 de febrero de 2011

MICHAEL JORDAN QUE ESTÁS EN LOS CIELOS

Cuando Julio Cesar contaba con 30 años, fue elegido cuestor por la asamblea del pueblo. En el sorteo correspondiente le tocó en suerte un cargo en la provincia de la Hispania Ulterior, la actual Portugal y el sur de España. Fue entonces cuando, a los pies de una estatua de Alejandro Magno, se lamentaba de que el gran macedonio, a su edad, ya había conquistado el mundo. La cosa mejoró con el paso de los años, pero las hazañas del romano, jamás llegaron a las cotas logradas por el hijo de Filipo II, ni su leyenda ha sido capaz de eclipsar la luz del macedonio.
Dos mil años después esa comparación con quienes te precedieron en la gloria son igual de habituales, ya no solo por sus protagonistas, si no por esa suerte de aficionados al deporte, que gustan de asumir que quienes les son coetáneos, superan en cualidades a quienes les preceden.
En los últimos días he comprobado la cantidad de aficionados al baloncesto que creen que kobe Bryant está a la altura de los más grandes de la historia. La cosa abruma casi tanto como sonroja.
Hace demasiados años, uno, vio a un gigantón de más de dos metros anotar un triple en el Boston Garden, y así, de la manera más tonta se enroló en las filas de los seguidores de los Lakers. Durante unos años, ese gigantón, Earving "Magic" Johnson, continuó su leyenda manteniendo la rivalidad que arrastraba desde la Universidad con el tipo con peor pinta de jugador de baloncesto que ha llegado a ser una estrella, Larry Bird. Los dos revolucionaron la NBA, y empezaron a convertir esa liga en lo que es hoy en día, uno de los mayores referentes deportivos del mundo. Poco tardo en empezar a sonar el nombre de un tal Michael Jordan. Al tal Jordan le apodaban "Air", y era una verdadera máquina de encestar. Si no lo has visto en acción, no sabes lo que es hacer lo imposible en una cancha de baloncesto, porque eso es lo que lograba Michael, lo increible. Pero aquellos que nos habíamos subido al carro de la NBA con las dos estrellas de Converse, nos ceñíamos al historial de títulos conseguidos para desmerecer a la de Nike.
Gran anotador, pero no un líder. Pero como no se puede detener la marea, los anillos llegaron, y aquel jugador, que encajaba a la perfección en aquel sistema que había recuperado su nuevo entrenador, Phil Jackson, no solo seguía anotando como dios, sino que además jugaba como los ángeles. Sabía leer las defensas, bajar el culo cuando tocaba, y se hizo un jugador que sabía hacer bien cualquier cosa. Poco a poco, aquellos que le restábamos merito al principio, comenzamos a reconocer todas las virtudes de aquel chico, y a descubrirnos ante su forma de dominar el juego. No se trataba de ganar, no se trataba de meter puntos, era la sensación de que nunca habíamos visto a un tipo que fuera tan determinante jugando al baloncesto. Nos seguía gustando Magic, nos seguía maravillando Bird, pero el listón que ponía Jordan era inalcanzable para el resto.
Pero quiso el destino que tras conseguir tres anillos consecutivos y su segunda medalla de Oro en los Juegos Olímpicos, tras la muerte de su padre, Jordan se retiró. Dejó el baloncesto y se puso a intentar batear, cosa que hizo en pocas ocasiones, primero en los White Sox, y después en las ligas menores.
Después de esa desastrosa experiencia, en su regreso a la NBA ya con la temporada iniciada, decidió jugar con el número 45, y consiguió llevar a los Bulls hasta las semifinales de conferencia, donde cayeron eliminados por los Orlando Magic de un jovencito llamado Shaquille O'Neal. Al parecer Nick Anderson dijo que "no se parecía al Michael Jordan de los viejos tiempos". Y tenía razón, aquel Jordan era todavía mejor que cuando se retiro. Su físico no era el mismo, pero Michael había madurado, medía más los esfuerzos y volvía a dominar el juego. Era tal la admiración que despertaba, que gente como yo, a los que nos había descabalgado a algún ídolo, solo podíamos disfrutar de sus victorias.
Y de esta manera sumó otros tres títulos, dejando con la miel de los labios a grandes equipos como Seattle o Utah, a estos últimos por segunda vez, tras su inolvidable segunda, que no definitiva, canasta final.
Porque Michael, decidió volver por segunda vez. Lo hizo en los Wizards, y aun tuvo tiempo para seguir anotando más de veinte puntos por partido como cuarenta años, y jugar dos All Stars más, donde a punto estuvo de llevarse el premio de MVP del partido. Con el paso del tiempo he terminado asumiendo que lo que Jordan hizo, por cómo y cuando sucedió, no es una cuestión de números, ni de títulos, es una cuestión subjetiva, que te lleva a tener la completa seguridad de que nadie ha sido tan bueno jugando al baloncesto, nadie ha dado más en partidos del máximo nivel. El año pasado, por ejemplo, los Lakers de Gasol consiguieron el anillo, y si alguien cree que el nivel de esa final fue digno de la lucha por ganar la liga más importante del baloncesto, es que se ha vuelto loco, o lleva tiempo respirando inadecuadamente.
Comparar a Kobe Bryant con Michael Jordan causa cierta vergüenza ajena. Ya he dicho en alguna ocasión que Michael, pateando en el hoyo 10 de un minigolf, está más cerca de ser el mejor jugador de la historia, que Bryant anotando la canasta decisiva en la final de la NBA, pero esta vez querría decir más: Larry Bird, tomándose una cerveza en un chiringuito en Málaga, es más fiable en una jugada definitiva de lo que lo será nunca Kobe a falta de diez segundos. Magic Johnson, desayunando unas tostadas con mantequilla, domina más el juego que Bryant a lo largo de un partido.
No dudo que la lista pudiera aumentar, si mis recuerdos me permitieran compararle con otros jugadores que fueron tan grandes como estos, y no me faltan los motivos para compararlo con otros muchos jugadores que también he tenido el placer de disfrutar, pero me causa una enorme incomodidad el ver a ciertas personas hacer el ridículo comparando a Bryant con estos tres.
Puede que Kobe Bryant nunca llegue a llorar ante la estatua de Michael en Chicago, pero no le faltan motivos para hacerlo.

jueves, 27 de enero de 2011

EL PARTIDO DEL SIGLO... OTRA VEZ

Salvo ceguera mental, la Copa del Rey ya tiene finalistas. La ventaja por un gol del Madrid puede parecer corta pero, lo que es innegable es que, salvo por incomparecencia de los blancos, el pase a la final es cosa hecha. Tanto como que, pese a las notables diferencias entre los dos grandes, lo que nadie puede negar hoy por hoy, es que el Madrid es el único equipo capaz de ensombrecer la triunfal temporada del Barça. Tal como está la cosa, la liga, es cosa de los dos, y me atrevería a decir que la final Champions, salvo que el sorteo les haga cruzarse antes, también les tendrá como protagonistas. Así que, si no me fallan las cuentas, tenemos "tres partidos del siglo por delante". La cosa, como deportivita que soy, empieza a darme una pereza enorme. Tener que tragarme la misma parafernalia mediática, el mismo autobombo, los mismos fuegos artificiales, tres veces más esta temporada, empieza a causarme una desidia de campeonato. Y más, sabiendo que antes de que nos dé tiempo a ponernos morenos, nos vendrá la Supercopa de España, con otros dos partidos del siglo bajo el asa. Y van cinco.
Desde hace tiempo se ha empezado a comparar a la Liga española con la escocesa. Esto, casualmente, se suele discutir, desde los medios de comunicación afines a los dos grandes. Estos, argumentan que es merito del buen trabajo llevado a cabo por los dos clubes, y que el reparto de "los dineros" que paga la televisión por los partidos de liga, no tienen tanto que ver. Al final, se acaban cebando con el resto de equipos y sus dificultades económicas. Por ejemplo, al Sevilla, que fue capaz de acertar con un buen número de fichajes hace unos años, ahora que no están tan acertados, se les recrimina que sus problemas económicos vienen de la falta de acierto. La cosa viniendo de quienes dicen esto obviando que, aquellos que lo hacen todo bien, cometen errores, cuando no toca un Kaka o un Ibrahimovic, de los de a veinte millones de euros por gambada, cuando menos es una falta de respeto a la inteligencia de quienes somos aficionados a otros clubes. Hace unos días el Madrid estuvo a punto de fichar por dos millones y un amistoso, a un parche llamado Van Nistelrooy, que habían dejado libre un año antes, y al que solo le quedaban seis meses de contrato. No sé en cuanto valora el Madrid ese amistoso, pero el Deportivo de la Coruña, por ejemplo, no puede gastarse esa cantidad en el fichaje de un delantero, ni pagándolo a 25 años. Pero no es el único, el Barça, por tres millones en billetes del Monopoly, se ha comprado a otro holandés, Afellay, que acababa contrato a final de temporada. Regalado, vamos. La desfachatez de quienes discuten que esta liga está más "comprada" que la elección de organización del mundial, les lleva a tratar de justificar que el Madrid y el Barça, ganen hasta 19 veces lo que gana el último de la liga. ¿Por qué? Porque España, el mundo y hasta el universo entero se para cuando hay partido del siglo. Dicen que hasta dios apuesta en Betfair cuando hay clásico... pero no sé si creérmelo.
El caso es que el Madrid y el Barça dominan en España y en Europa, pero que nadie se engañe, que reciban 140 millones de euros cada uno por pasearse en España, y que los que les sigan en ese ranking sean siete equipos ingleses por ofrecer una liga competitiva en Inglaterra, de los que el que más cobra es el Manchester United con 45, no tiene nada que ver. Quizá, el que la liga inglesa disfrute de esa "igualdad", se debe que el primero de la Premier solo se lleva por derechos de televisión, tres veces más que el último. Pero en España no, aquí es una cuestión cíclica, algo que se debe al buen trabajo de los más "listos" de la clase. Claro que el cuento del interés y las audiencias, les funciona en la competición nacional, porque los pequeños en este país cada día son más pequeños, y la Liga de Fútbol Profesional, el camarote de los hermanos Marx. En la Champions, por ejemplo, el Valencia gana, de fijo, lo mismo que los dos grandes. Que después marcan la diferencia económica donde se debe conseguir, en el campo de fútbol. Pero claro está, de que se van a quejar los medios de comunicación si este "buenos y malos" les hace vender periódicos como churros hasta con una crisis como la que vivimos. El Madrid y el Barça, Messi y Cristiano baten records, semana tras semana, y con eso estiran el chicle hasta que llega el tiempo de los rumores de fichajes del verano y empiezan a calentar la Supercopa. Da igual que el resto de clubes no puedan competir por un fichaje con el resto de equipos europeos. Lo importante es que el Madrid y el Barça, puedan competir con esos locos millonarios que viven del petróleo, y se compran un equipo de fútbol como quién se dedica al modelismo.
La realidad es que Barcelona y Madrid tienen la cuenta corriente tan vacía como el resto, pero el sueldo le da para vivir al día como reyes, mientras los demás hacemos cuentas para llegar a fin de mes, comprando en Mercadona.
Visto lo visto, deberían plantearse jugar solo ellos, y dejarnos al resto tranquilos. Que se monten una liga a parte, y que jueguen todos los fines de semana un partido del siglo. Es posible que aún así, tras dos meses de fines de semana en "el paraíso", muchos de los que apoyan esta liga de dos velocidades, no acabaran de ver lo equivocados que están.

jueves, 20 de enero de 2011

EL DÍA DE SAN CRISPÍN

"Nosotros pocos, nosotros felizmente pocos, nosotros somos una banda de hermanos, porque el que hoy derrame su sangre conmigo será mi hermano; por vil que sea, este día ennoblecerá su condición. Y los gentileshombres que están ahora en la cama en Inglaterra, se considerarán malditos por no haber estado aquí, y tendrán su virilidad en poco cuando hable alguno que luche con nosotros el día de San Crispín”

Así acababa, según Shakespeare, la arenga a su diezmado ejercito, Enrique V, antes de la batalla de Azincourt, donde unos nueve mil ingleses vencieron a treinta mil franceses, en un descalabro más de la caballería pesada gala. La cosa, como todas las batallas donde un ejército netamente inferior en efectivos se impone a uno superior, se puede analizar tanto como un éxito de los heroicos vencedores, como una demostración de la ineptitud de los derrotados.
Lo cierto es que los franceses no dieron una. El rey inglés buscaba llegar a Calais y dar descanso a un ejército reducido por el sitio de Harfleur, la enfermedad y las deserciones, pero los francos, ante su superioridad numérica, ni supieron elegir el lugar para la batalla, ni la estrategia a seguir... habrá quien piense que el discurso de Enrique tuvo algo que ver, que de todo hay en la viña del señor, pero me temo que eso es más mérito del mismísimo Shakespeare que del hijo de Enrique IV.
Con el paso del tiempo la cosa apenas ha cambiado. En cuanto surge una figura carismática, alguien con la seguridad suficiente para que los demás crean sus palabras, aquellos a quienes tiene bajo su mando, le siguen con la fé de los iluminados... hasta que llegan los reveses. El liderato no se cuestiona mientras uno representa la esperanza, en cuanto aparecen las dudas y la descofianza, el carisma y el temple vuelan por lo aires, y a todos se nos ven las costuras.
Cuando José Mourinho recorría el cesped del Camp Nou entre los chorros de los aspersores de riego, al grueso de los aficionados del Real Madrid se les debió de quedar la misma cara con la que los ingleses observaban a Enrique V cruzar el campo de batalla dando orden de matar a los heridos. El madridismo ya tenía un líder al que seguir, un hombre carismático que mantendría a raya a ese dragón de siete cabezas y diez cuernos en el que se ha transformado el Barça. Florentino Pérez y su directiva, en otra de esas decisiones tan hábiles que caracterizan a los dirigentes del Madrid, recogieron el testigo de los medios de comunicación y la opinión pública, y se lanzaron en brazos del portugués. Jorge Valdano, con Pellegrini de cuerpo presente, tuvo que envainarla y asumir que tocaba bailar con el diablo.
El madridismo y la prensa madrileña se frotaban las manos mientras las cuentas, que a Mourinho siempre le han dado, les iban saliendo. Todo era justificable mientras se ganara, incluso hasta la mala educación, pero es que el grueso del madridismo se ha obsesionado tanto con la victoria que pedirle que preste atención a otra cosa es imposible. Tan convencidos estaban que aquello, por muy indigno que resultara a veces, les iba a llevar al cielo que, cuando llegó el partido del Camp Nou, el golpe fue nuevamente desmoralizador.Unas horas después del descalabro, ya se estaba atacando a los sospechosos habituales: Valdano, la clase media, los suplentes y los árbitros. El presidente, Mourinho y ciertas estrellas, como es costumbre, se libraron de las críticas.
Desde ese momento regreso el victimismo que lleva caracterizando al madridismo desde que el Barcelona ha iniciado este ciclo positivo. Los periódicos, las radios y las televisiones aumentaron la queja sobre el Villarato y las facilidades dadas al Barça, y la mayoría del madridismo, o al menos los más ruidosos, embistieron el capote sin dudarlo.
El problema fue que, Mourinho, que vive de lo más tranquilo en esas polémicas, esperaba que el club se hundiera en el barro como él, a lo que Valdano, por mucho que se empeñe el portugués no estaba dispuesto. Las palabras de Florentino, apoyando la manera de representar al club del argentino, fueron la confirmación de que el entrenador se había equivocado en sus cálculos: el presidente del Madrid no es Moratti, ni Abramovich, ni el Madrid es el Inter o el Chelsea.
Desde entonces el pulso ha seguido, y por mucho que la prensa se empeñe en singularizar el problema en Valdano, lo cierto es que quien no accede las reclamaciones del entrenador, es el presidente. Hace unos días, se filtraba que Mourinho se quería ir a final de temporada. Aquellos que, por motivos editoriales, pretenden defender lo contrario, recurren insistentemente a una clausula de penalización que tendría que pagar el otrora salvador del Madrid para poder irse, 15 millones de euros. El remarcar este detalle es una buena prueba de que, al menos con respecto al club, el fango en el que pretendía hundirlo Mourinho, ha despertado las dudas y la desconfianza. Y esto no ha hecho nada más que empezar.

viernes, 14 de enero de 2011

UNA CUESTIÓN DE ESTILO


Filipo II fue rey de Macedonia 350 años antes del inicio de nuestra era. Sus gestas militares y su habilidad política, aún siendo reconocida y recordada con el paso del tiempo, han quedado eclipsadas por el brillo de los logros de su hijo, Alejandro Magno. Pero cualquiera que haya indagado mínimamente en sus biografías, sabrá que las hazañas del hijo se deben en parte a los esfuerzos, la inteligencia y la decisión de su progenitor. El joven Filipo, recluido en Tebas como rehén, aprendió, estudio y perfeccionó el estilo de batalla de los ejércitos griegos, basada en una táctica de ruptura realizada por la falange, una unidad compuesta por los hombres más robustos, en la cual, el propio rey, gustaba de entrar en combate. Fue ese mismo estilo el que, una vez que Filipo se convirtió en rey y lo introdujo en un ejército formado por súbditos y no mercenarios, acabaría por darle el control sobre el mundo griego y abriría, a su hijo Alejandro, las puertas de la gloria y la eternidad.
Siempre ha habido un Filipo, un Amílcar o un Cayo Mario, siempre ha habido un legado que seguir, que mejorar, y en el que reconocerse hasta ser una tradición.
Hace dos décadas, Johan Cruyff, aterrizó en Barcelona trayéndose bajo el brazo el estilo futbolístico de su club de origen, tanto como jugador como entrenador, el Ajax de Ámsterdam. Aquel Barça donde aterrizó Cruyff tenía bastante más que ver con el Madrid actual de lo que pueda parecer, y solo los resultados permitieron al holandés mantenerse en el banquillo. Finalmente, la ansiada victoria en la liga, tras cinco títulos seguidos del Madrid, y la consiguiente Copa de Europa, permitieron que aquel Barcelona, acostumbrado a estar a la sombra del Madrid durante toda su historia, creyera que aquello podía cambiar.
La parte de la historia que viene después es aquella que molesta al madridismo, empeñado en señalar aquellos momentos que siguieron a la época de Cruyff que no fueron Rijkaard o Guardiola, para dar réplica a ese discurso mesiánico que suele caracterizar al barcelonismo cuando les da por creerse el ombligo del mundo. Y es que en estas dos últimas décadas, el Barcelona, ha conseguido algo impensable hasta ese momento, ganar prácticamente los mismos títulos que el Real Madrid. Hasta aquí llega el consuelo del madridista, porque lo que representa el Madrid en los últimos años es un club que puede fichar a los mejores jugadores del mundo, al que poco importa el estilo, y al que la calidad de esos jugadores comprados a golpe de talonario, permiten aprovechar los desfallecimientos del Barcelona.
Cualquier aficionado al fútbol que no sea seguidor de cualquiera de los dos grandes, sabe que ambos lo son por el poder de sus carteras, pero es imposible no reconocer que el Barcelona lo hace como se debe lograr la grandeza, con buen juego y espectáculo. Lo que no ha logrado entender el madridismo es que, esas remontadas agónicas de las que tanto disfrutan, no hacen más que ratificar la opinión del resto de aficionados, que el Madrid no juega mejor que nadie, pero las individualidades son las que les ganan los partidos.
Mientras tanto el Barcelona continúa fiel a esa tradición que un día trajo Cruyff. Presume de ella y hace bien, porque, al margen de odios irracionales, siempre vale la pena ver al Barcelona. Su fe en los jugadores de la cantera, valgan o no finalmente para el primer equipo, es notable, y no será por falta de oportunidades que no acaben triunfando. En veinte años, el Barcelona ha logrado sentirse orgulloso de un estilo hasta hacerlo una tradición. Un punto de partida al que volver cuando se pierda de vista el camino de baldosas amarillas.

jueves, 23 de diciembre de 2010

TÚ TIENES UN PROBLEMA, TU PROBLEMA ERES TÚ

Casi un siglo antes del nacimiento de Jesús de Nazaret, Valerio Flaco, a propuesta del mismo Lucio Cornelio Sila, nombraba a este Dictador por un plazo indefinido, en lo que suponía una alteración de dicha figura, que no debía exceder su duración en más de medio año. Sila pretendía llevar a cabo una serie de reformas ultraconservadoras que debían de fortalecer a Roma y a la República, y dando por sentado que dichos cambios no podrían llevarse a cabo en tan corto periodo de tiempo, decidió ocupar el cargo hasta que fuera necesario.
Basta decir que el control que tuvo sobre Roma, se basó en el miedo a ser víctima de la persecución del dictador y sus partidarios, que idearon una serie de proscripciones para librarse de su enemigos, que incluían desde Senadores hasta simples ciudadanos que acabaron muertos o exiliados, a los que se les requisaron sus propiedades, que fueron a parar al estado y, en buena parte, al mismo Sila y sus seguidores. Nada de lo que no quisiera enorgullecerse el mismo, como gustó de apuntar en su epitafio, donde se destacaba como el mejor amigo de sus amigos, y el peor enemigo de los que osaron enfrentársele.
En realidad, la figura de Sila, que es hija de la propia debilidad de la agonizante República de Roma, no hizo más que confirmar que, aquel proyecto que debía proteger a sus ciudadanos, tenía sus días contados. La República recibiría gloria después de Sila, porque después de Sila llegó Cesar, pero poco quedaba ya de la antigua Roma y sus ideales.



El 31 de Mayo de 2010, Jorge Valdano presentaba a José Mourinho como entrenador del Real Madrid. En la sombra, Florentino Pérez, era testigo de la representación de aquella escena, en la que dos personajes irreconciliables a nivel futbolístico pasaban el trámite como podían. Florentino, en su segunda etapa como presidente del Real Madrid, dejaba en manos del portugués su propia suerte, después de haberse demostrado incapaz de encontrar el origen de los males que acucian al Madrid desde hace años, de los que para alguno es origen, pero de los que bien podría ser una consecuencia más.
El Madrid y parte del madridismo preferían dar la espalda, nuevamente, a la historia del club, y se aferraban a una nueva solución externa, incapaces de asumir que la única vía posible para poder volver a ser un referente dentro del mundo del fútbol era un proceso de autocrítica y análisis, que debía alejarles de los reiterados errores de los que Mourinho era solo un ejemplo más.
Esta huida hacia adelante que desde hace tiempo protagoniza el Madrid, esa renuncia a los ideales que un día le llevaron a ser el club más grande del mundo, se escuda de manera agónica tras los éxitos y, en su alejamiento de la realidad, hasta pretenden dar categoría de estilo a la victoria.
Lo cierto es que, probablemente desde la Quinta del Buitre y su particular calvario con el PSV y el Milán, el Madrid no es más Madrid de lo que lo puede ser el Chelsea, pero eso, a quienes pretenden mantener al Madrid a golpe de talonario, poco les importa, mientras la imagen del Madrid se deteriora partido tras partido.
Los numerosos escándalos de los que Mourinho es protagonista desde que es entrenador del Real Madrid, no son más que fuegos fatuos que descubren la descomposición que sufre el club, de la que muy pocos parecen querer darse cuenta.
El Madrid seguirá ganando títulos pese a Mourinho, pese a Florentino, y pese a ese entorno que tanto mal está haciendo a ese club, pero ojalá algún día pueda volver a sentir la grandeza de ser el verdadero referente del mundo del fútbol… y si no, el Imperio.