jueves, 27 de enero de 2011

EL PARTIDO DEL SIGLO... OTRA VEZ

Salvo ceguera mental, la Copa del Rey ya tiene finalistas. La ventaja por un gol del Madrid puede parecer corta pero, lo que es innegable es que, salvo por incomparecencia de los blancos, el pase a la final es cosa hecha. Tanto como que, pese a las notables diferencias entre los dos grandes, lo que nadie puede negar hoy por hoy, es que el Madrid es el único equipo capaz de ensombrecer la triunfal temporada del Barça. Tal como está la cosa, la liga, es cosa de los dos, y me atrevería a decir que la final Champions, salvo que el sorteo les haga cruzarse antes, también les tendrá como protagonistas. Así que, si no me fallan las cuentas, tenemos "tres partidos del siglo por delante". La cosa, como deportivita que soy, empieza a darme una pereza enorme. Tener que tragarme la misma parafernalia mediática, el mismo autobombo, los mismos fuegos artificiales, tres veces más esta temporada, empieza a causarme una desidia de campeonato. Y más, sabiendo que antes de que nos dé tiempo a ponernos morenos, nos vendrá la Supercopa de España, con otros dos partidos del siglo bajo el asa. Y van cinco.
Desde hace tiempo se ha empezado a comparar a la Liga española con la escocesa. Esto, casualmente, se suele discutir, desde los medios de comunicación afines a los dos grandes. Estos, argumentan que es merito del buen trabajo llevado a cabo por los dos clubes, y que el reparto de "los dineros" que paga la televisión por los partidos de liga, no tienen tanto que ver. Al final, se acaban cebando con el resto de equipos y sus dificultades económicas. Por ejemplo, al Sevilla, que fue capaz de acertar con un buen número de fichajes hace unos años, ahora que no están tan acertados, se les recrimina que sus problemas económicos vienen de la falta de acierto. La cosa viniendo de quienes dicen esto obviando que, aquellos que lo hacen todo bien, cometen errores, cuando no toca un Kaka o un Ibrahimovic, de los de a veinte millones de euros por gambada, cuando menos es una falta de respeto a la inteligencia de quienes somos aficionados a otros clubes. Hace unos días el Madrid estuvo a punto de fichar por dos millones y un amistoso, a un parche llamado Van Nistelrooy, que habían dejado libre un año antes, y al que solo le quedaban seis meses de contrato. No sé en cuanto valora el Madrid ese amistoso, pero el Deportivo de la Coruña, por ejemplo, no puede gastarse esa cantidad en el fichaje de un delantero, ni pagándolo a 25 años. Pero no es el único, el Barça, por tres millones en billetes del Monopoly, se ha comprado a otro holandés, Afellay, que acababa contrato a final de temporada. Regalado, vamos. La desfachatez de quienes discuten que esta liga está más "comprada" que la elección de organización del mundial, les lleva a tratar de justificar que el Madrid y el Barça, ganen hasta 19 veces lo que gana el último de la liga. ¿Por qué? Porque España, el mundo y hasta el universo entero se para cuando hay partido del siglo. Dicen que hasta dios apuesta en Betfair cuando hay clásico... pero no sé si creérmelo.
El caso es que el Madrid y el Barça dominan en España y en Europa, pero que nadie se engañe, que reciban 140 millones de euros cada uno por pasearse en España, y que los que les sigan en ese ranking sean siete equipos ingleses por ofrecer una liga competitiva en Inglaterra, de los que el que más cobra es el Manchester United con 45, no tiene nada que ver. Quizá, el que la liga inglesa disfrute de esa "igualdad", se debe que el primero de la Premier solo se lleva por derechos de televisión, tres veces más que el último. Pero en España no, aquí es una cuestión cíclica, algo que se debe al buen trabajo de los más "listos" de la clase. Claro que el cuento del interés y las audiencias, les funciona en la competición nacional, porque los pequeños en este país cada día son más pequeños, y la Liga de Fútbol Profesional, el camarote de los hermanos Marx. En la Champions, por ejemplo, el Valencia gana, de fijo, lo mismo que los dos grandes. Que después marcan la diferencia económica donde se debe conseguir, en el campo de fútbol. Pero claro está, de que se van a quejar los medios de comunicación si este "buenos y malos" les hace vender periódicos como churros hasta con una crisis como la que vivimos. El Madrid y el Barça, Messi y Cristiano baten records, semana tras semana, y con eso estiran el chicle hasta que llega el tiempo de los rumores de fichajes del verano y empiezan a calentar la Supercopa. Da igual que el resto de clubes no puedan competir por un fichaje con el resto de equipos europeos. Lo importante es que el Madrid y el Barça, puedan competir con esos locos millonarios que viven del petróleo, y se compran un equipo de fútbol como quién se dedica al modelismo.
La realidad es que Barcelona y Madrid tienen la cuenta corriente tan vacía como el resto, pero el sueldo le da para vivir al día como reyes, mientras los demás hacemos cuentas para llegar a fin de mes, comprando en Mercadona.
Visto lo visto, deberían plantearse jugar solo ellos, y dejarnos al resto tranquilos. Que se monten una liga a parte, y que jueguen todos los fines de semana un partido del siglo. Es posible que aún así, tras dos meses de fines de semana en "el paraíso", muchos de los que apoyan esta liga de dos velocidades, no acabaran de ver lo equivocados que están.

jueves, 20 de enero de 2011

EL DÍA DE SAN CRISPÍN

"Nosotros pocos, nosotros felizmente pocos, nosotros somos una banda de hermanos, porque el que hoy derrame su sangre conmigo será mi hermano; por vil que sea, este día ennoblecerá su condición. Y los gentileshombres que están ahora en la cama en Inglaterra, se considerarán malditos por no haber estado aquí, y tendrán su virilidad en poco cuando hable alguno que luche con nosotros el día de San Crispín”

Así acababa, según Shakespeare, la arenga a su diezmado ejercito, Enrique V, antes de la batalla de Azincourt, donde unos nueve mil ingleses vencieron a treinta mil franceses, en un descalabro más de la caballería pesada gala. La cosa, como todas las batallas donde un ejército netamente inferior en efectivos se impone a uno superior, se puede analizar tanto como un éxito de los heroicos vencedores, como una demostración de la ineptitud de los derrotados.
Lo cierto es que los franceses no dieron una. El rey inglés buscaba llegar a Calais y dar descanso a un ejército reducido por el sitio de Harfleur, la enfermedad y las deserciones, pero los francos, ante su superioridad numérica, ni supieron elegir el lugar para la batalla, ni la estrategia a seguir... habrá quien piense que el discurso de Enrique tuvo algo que ver, que de todo hay en la viña del señor, pero me temo que eso es más mérito del mismísimo Shakespeare que del hijo de Enrique IV.
Con el paso del tiempo la cosa apenas ha cambiado. En cuanto surge una figura carismática, alguien con la seguridad suficiente para que los demás crean sus palabras, aquellos a quienes tiene bajo su mando, le siguen con la fé de los iluminados... hasta que llegan los reveses. El liderato no se cuestiona mientras uno representa la esperanza, en cuanto aparecen las dudas y la descofianza, el carisma y el temple vuelan por lo aires, y a todos se nos ven las costuras.
Cuando José Mourinho recorría el cesped del Camp Nou entre los chorros de los aspersores de riego, al grueso de los aficionados del Real Madrid se les debió de quedar la misma cara con la que los ingleses observaban a Enrique V cruzar el campo de batalla dando orden de matar a los heridos. El madridismo ya tenía un líder al que seguir, un hombre carismático que mantendría a raya a ese dragón de siete cabezas y diez cuernos en el que se ha transformado el Barça. Florentino Pérez y su directiva, en otra de esas decisiones tan hábiles que caracterizan a los dirigentes del Madrid, recogieron el testigo de los medios de comunicación y la opinión pública, y se lanzaron en brazos del portugués. Jorge Valdano, con Pellegrini de cuerpo presente, tuvo que envainarla y asumir que tocaba bailar con el diablo.
El madridismo y la prensa madrileña se frotaban las manos mientras las cuentas, que a Mourinho siempre le han dado, les iban saliendo. Todo era justificable mientras se ganara, incluso hasta la mala educación, pero es que el grueso del madridismo se ha obsesionado tanto con la victoria que pedirle que preste atención a otra cosa es imposible. Tan convencidos estaban que aquello, por muy indigno que resultara a veces, les iba a llevar al cielo que, cuando llegó el partido del Camp Nou, el golpe fue nuevamente desmoralizador.Unas horas después del descalabro, ya se estaba atacando a los sospechosos habituales: Valdano, la clase media, los suplentes y los árbitros. El presidente, Mourinho y ciertas estrellas, como es costumbre, se libraron de las críticas.
Desde ese momento regreso el victimismo que lleva caracterizando al madridismo desde que el Barcelona ha iniciado este ciclo positivo. Los periódicos, las radios y las televisiones aumentaron la queja sobre el Villarato y las facilidades dadas al Barça, y la mayoría del madridismo, o al menos los más ruidosos, embistieron el capote sin dudarlo.
El problema fue que, Mourinho, que vive de lo más tranquilo en esas polémicas, esperaba que el club se hundiera en el barro como él, a lo que Valdano, por mucho que se empeñe el portugués no estaba dispuesto. Las palabras de Florentino, apoyando la manera de representar al club del argentino, fueron la confirmación de que el entrenador se había equivocado en sus cálculos: el presidente del Madrid no es Moratti, ni Abramovich, ni el Madrid es el Inter o el Chelsea.
Desde entonces el pulso ha seguido, y por mucho que la prensa se empeñe en singularizar el problema en Valdano, lo cierto es que quien no accede las reclamaciones del entrenador, es el presidente. Hace unos días, se filtraba que Mourinho se quería ir a final de temporada. Aquellos que, por motivos editoriales, pretenden defender lo contrario, recurren insistentemente a una clausula de penalización que tendría que pagar el otrora salvador del Madrid para poder irse, 15 millones de euros. El remarcar este detalle es una buena prueba de que, al menos con respecto al club, el fango en el que pretendía hundirlo Mourinho, ha despertado las dudas y la desconfianza. Y esto no ha hecho nada más que empezar.

viernes, 14 de enero de 2011

UNA CUESTIÓN DE ESTILO


Filipo II fue rey de Macedonia 350 años antes del inicio de nuestra era. Sus gestas militares y su habilidad política, aún siendo reconocida y recordada con el paso del tiempo, han quedado eclipsadas por el brillo de los logros de su hijo, Alejandro Magno. Pero cualquiera que haya indagado mínimamente en sus biografías, sabrá que las hazañas del hijo se deben en parte a los esfuerzos, la inteligencia y la decisión de su progenitor. El joven Filipo, recluido en Tebas como rehén, aprendió, estudio y perfeccionó el estilo de batalla de los ejércitos griegos, basada en una táctica de ruptura realizada por la falange, una unidad compuesta por los hombres más robustos, en la cual, el propio rey, gustaba de entrar en combate. Fue ese mismo estilo el que, una vez que Filipo se convirtió en rey y lo introdujo en un ejército formado por súbditos y no mercenarios, acabaría por darle el control sobre el mundo griego y abriría, a su hijo Alejandro, las puertas de la gloria y la eternidad.
Siempre ha habido un Filipo, un Amílcar o un Cayo Mario, siempre ha habido un legado que seguir, que mejorar, y en el que reconocerse hasta ser una tradición.
Hace dos décadas, Johan Cruyff, aterrizó en Barcelona trayéndose bajo el brazo el estilo futbolístico de su club de origen, tanto como jugador como entrenador, el Ajax de Ámsterdam. Aquel Barça donde aterrizó Cruyff tenía bastante más que ver con el Madrid actual de lo que pueda parecer, y solo los resultados permitieron al holandés mantenerse en el banquillo. Finalmente, la ansiada victoria en la liga, tras cinco títulos seguidos del Madrid, y la consiguiente Copa de Europa, permitieron que aquel Barcelona, acostumbrado a estar a la sombra del Madrid durante toda su historia, creyera que aquello podía cambiar.
La parte de la historia que viene después es aquella que molesta al madridismo, empeñado en señalar aquellos momentos que siguieron a la época de Cruyff que no fueron Rijkaard o Guardiola, para dar réplica a ese discurso mesiánico que suele caracterizar al barcelonismo cuando les da por creerse el ombligo del mundo. Y es que en estas dos últimas décadas, el Barcelona, ha conseguido algo impensable hasta ese momento, ganar prácticamente los mismos títulos que el Real Madrid. Hasta aquí llega el consuelo del madridista, porque lo que representa el Madrid en los últimos años es un club que puede fichar a los mejores jugadores del mundo, al que poco importa el estilo, y al que la calidad de esos jugadores comprados a golpe de talonario, permiten aprovechar los desfallecimientos del Barcelona.
Cualquier aficionado al fútbol que no sea seguidor de cualquiera de los dos grandes, sabe que ambos lo son por el poder de sus carteras, pero es imposible no reconocer que el Barcelona lo hace como se debe lograr la grandeza, con buen juego y espectáculo. Lo que no ha logrado entender el madridismo es que, esas remontadas agónicas de las que tanto disfrutan, no hacen más que ratificar la opinión del resto de aficionados, que el Madrid no juega mejor que nadie, pero las individualidades son las que les ganan los partidos.
Mientras tanto el Barcelona continúa fiel a esa tradición que un día trajo Cruyff. Presume de ella y hace bien, porque, al margen de odios irracionales, siempre vale la pena ver al Barcelona. Su fe en los jugadores de la cantera, valgan o no finalmente para el primer equipo, es notable, y no será por falta de oportunidades que no acaben triunfando. En veinte años, el Barcelona ha logrado sentirse orgulloso de un estilo hasta hacerlo una tradición. Un punto de partida al que volver cuando se pierda de vista el camino de baldosas amarillas.